Los fines de semana solemos encontrar un hueco para conocer la isla; para ese sábado habíamos elegido ir a un chiringuito de playa que nos recomendó una compañera. Aunque tengo que decir que posteriormente comprobamos que la compañera y yo teníamos conceptos distintos de lo que era un “chiringuito de playa”. El sitio se llama Restaurante Sa Foradada, cerca de Deya, y está a los pies de un acantilado con una vistas impresionantes a la costa oeste de la isla. No es el típico chiringuito de playa donde te tomas una cerveza sin camiseta entre baño y baño, no era un restaurante de esos que salen en la guía Michelín (ahí me di cuenta de que había hecho bien no yendo en bermudas y chanclas). El restaurante era más pequeño de lo que podíamos imaginar y una vez dentro nos sentaron en una terraza con vistas a la costa. Una vez acomodados y ya eligiendo qué íbamos a pedir, empezaron a llegar unos invitados un poco molestos, atraídos sin duda por la espeta, que tiene la cualidad de atraer los bichos más variados (desde mosquitos a animales acuáticos que te pican cuando estás en la playa, pasando por bichos no catalogados que habitan en los colchones) los bichos en sí eran avispas y en unos segundos ¡¡estábamos rodeados!! Incómodos ante el pensamiento de que esos bichos nos considerasen hostiles y empezasen a repartir picotazos, le dijimos a la camarera muy amablemente que las vistas muy bonitas pero que preferíamos irnos a casa sin picaduras. La camarera entendió la magnitud del problema y no sentó en la planta de arriba, ya resguardados de avispas. No sin antes colocar una servilleta encima del grupo de insectos que intentaban aprovechar un pedacito de fruta, para después aplastarlo de un pisotón sin remordimiento alguno. La carta no era muy extensa y en un principio íbamos a pedir paella para comer, aunque el camarero que nos atendió nos dijo que tardaría unos 20-30- min por lo que movidos por el hambre y por el hecho de que ya habíamos comido paella el día anterior, decidimos pedir unas chuletillas de cordero y una ensalada de la casa, si bien la comida no fue para tirar cohetes, la sorpresa vino al final, seguimos recomendaciones de la camarera y pedimos un tarta de nutella que hacían allí, decir que acertamos; ¡¡la tarta estaba buenísima!! Sólo por eso mereció la pena la excursión a Deya, bueno, por eso y por las vistas desde donde estábamos, a pesar del nublado.


Después de comer no teníamos rumbo fijo, pero no nos apetecía ir para la casa por lo que surgió la idea de ir al castillo de Bellver, castillo muy bien conservado que ahora funciona como museo y espacio para conciertos. Llegamos al castillo, que además está muy cerca de casa y no empezamos con buen pie, ya que después de aparcar nos dirigimos hacia la puerta de entrada y un trabajador de seguridad nos indicó que las entradas se sacaban cerca de la zona de aparcamiento. No entendía muy bien los motivos por los que no se podía sacar entrada allí mismo y tenía que volver a caminar unos 400 metros (de empinada cuesta) hacia donde se sacaban las entradas. Como buen caballero que soy le dije a la espeta que esperase sentada a la sombra mientras yo hacia la caminata bajo el sol de Mallorca para sacar entradas. Ya con entradas nos pusimos rumbo al castillo. Sin entrar en mucho detalle diré que el castillo superó nuestras expectativas, las vistas de 360º eran lo mejor, aunque el interior bien conservado y acondicionado como museo tampoco se quedó atrás. Muy recomendable la visita, nos dejó muy buen recuerdo y muchas fotos de aquel día de excursión del bellotero y la espeta.