Parece que apenas ha pasado el tiempo desde aquellos cumpleaños con sándwiches de nocilla y paté (porqué las madres ponían sándwiches de paté si siempre sobraran??!!,), gusanitos rojos y tarta multicapa de galletas y chocolate, que era un clásico y generalmente éxito de crítica y público. Como iba diciendo, hacía 33 años de aquel día muy caluroso de finales de agosto en el hospital de la Cruz Roja de Badajoz, según me ha dicho mi madre yo estuve espabilado y preferí nacer por la mañana con la fresca, sobre las 8:30 de la mañana ya estaba dando mis primeros buenos días. Ha pasado el tiempo y estoy algo alejado de Badajoz, concretamente a 945 km… En fin.. vamos al grano que al final más que una entrada en un blog parece un discurso de Fidel Castro. Las sorpresas empezaron a las 00:00 en punto, aunque yo ya sabía que la espeta se traía algo entre manos porque se atrincheró en la cocina y no me dejó ni mirar. Un rato después pude comprobar de lo que se trataba; una tarta de chocolate enoooorme con forma de oso de chocolate donde pude soplar las velas de mi segundo cumpleaños con la espeta. A la tarta de chocolate le acompañó una felicitación de cumpleaños, hecha por la misma espeta. Y parece que será una tradición que se me humedezcan los ojos cada vez que leo una de sus felicitaciones. Las sorpresas acababan de empezar… me fui a la cama con una sonrisa y un poco impaciente por comprobar qué me tenía preparado la espeta a la mañana siguiente.

La luz nos fue despertando poco a poco y en cuanto pude articular palabra pregunté a la espeta qué íbamos a hacer aquel día y como esperaba no soltó prenda, si me dijo que a las 16:00 empezaba el plan que había urdido. Puesto que teníamos toda la mañana libre, se nos ocurrió a ir un sitio al que tenía muchas ganas de ir desde hacía años; la academia de tenis de Rafa Nadal!!! Los que me conocéis sabéis que me gusta mucho el tenis y en especial Rafa Nadal. Imaginaos, para mi era como cuando un niño va a Disneylandia!! La academia se divide en museo dedicado al deporte en general y dentro una parte específica para el tenis, la zona del restaurante, pistas descubiertas y la zona de pistas cubiertas y gimnasio. La primera experiencia que tuvimos dentro del museo y de la que hay un vídeo que demuestra el mal rato que pasé fue en una máquina de realidad virtual. Dispuesto estaba a montarme en aquel artilugio del que ni de lejos imaginaba cómo iba a acabar. Me dispuse valientemente a subir a aquel cacharro que es parecido a una de estas máquinas donde se suben principalmente las señoras en los gimnasios y se le mueve todo el culo. Me pusieron las gafas de realidad virtual y la chica me preguntó qué nivel de dificultad quería; fácil, medio o difícil. ¿Adivináis cual pedí? Efectivamente, el nivel para los valientes. Por lo que respondí como quien responde a una obviedad; difícil por supuesto. La media sonrisa de la chica al decir eso me debería haber dado qué pensar, pero en su momento no le di importancia. Me puso las gafas y lo primero que me llamó la atención es que me aislé totalmente del entorno, de repente estaba en una especie de montaña rusa que atravesaba una ciudad. Empezó despacio pero yo al minuto ya estaba gritando, sudando y con la cara blanca. He de decir que la mitad del tiempo los pasé con los ojos cerrados ya que me daba un poco de vergüenza quitarme las gafas sin haber acabado, no le quería dar esa satisfacción a la chica que me puso las gafas. Si ya en los primeros momentos me quería bajar de la máquina no os quiero contar según fue avanzando el tiempo.. no me caí de la máquina porque cerraba los ojos la mayoría del tiempo, sino hubiese sido así, habría acabado por los suelos. En fin.. acabó el “jueguecito” y tuve que hacer grandes esfuerzos para seguir en pie, incluso tuve que ir al baño a echarme un poco de agua para ver si se me pasaba el mareo. En fin, que la realidad virtual no es para mi.
Se me ha olvidado comentar (en realidad no tenía pensado escribirlo, pero bueno..) que antes de eso jugamos a un simulador de tenis en el que teníamos que devolver pelotas. Le dije a la espeta si quería jugar una partida, parecía divertido. Ni que decir tiene que todos mis años habiendo jugado a tenis no me valieron para nada, la espeta me pegó una paliza de la que dudo que me recupere. Con mi orgullo herido y cabizbajo, le dije que no tenía nada que ver ese simulador con el tenis real y que era un rollo el juego y que no captaba bien el movimiento del cuerpo… En fin… como no tengo bastante con perder con ella al parchís y la oca.. lo que faltaba ya..
Del museo decir que estaba muy bien, era una representación de los éxitos del deporte español; Gasol, el ya fallecido Ángel Nieto, Fernando Alonso. (ver fotos)
Después del museo y como ya era hora de comer, decidimos quedarnos en el restaurante de la academia ya que eran cerca de las 16:00 horas y en un rato teníamos que estar en un sitio secreto del que la espeta no dijo ni mu.
Comimos (bastante bien por cierto) y nos pusimos rumbo a un sitio desconocido para mi. Tomamos dirección Porto Cristo y la verdad que no tenía ni la más mínima idea de dónde íbamos, hasta que se me encendió una bombilla después de haber visto varios carteles que anunciaban las “Cuevas del Drach” en mallorquín las cuevas del dragón. Ya sabía dónde íbamos!! Se lo dije a la espeta y asintió. Esa era la sorpresa!!! La verdad que en ese momento no tenía ni idea de lo impresionante que era dónde íbamos. Hicimos cola un ratito y a las cuatro en punto estábamos bajando las escaleras de la cueva. Respecto de la cueva no tengo mucho que decir, puesto que las fotos que hemos subido al blog son mucho más descriptivas de lo que yo pueda escribir. Decir simplemente que me encantó, incluso hay fotos en las que se me ve con cara de niño al que le acaban de hacer un regalo. Fue un recorrido de aproximadamente una hora en el que un señor que hablaba incontables idiomas nos fue explicando cómo se formaba la cueva o relatando cómo la gente había puesto nombres a las estalactitas por su forma, tales como “la coliflor” o “la mano” . El recorrido nos encantó. Otro de los puntos fuertes de la excursión fue el concierto de música clásica que unos músicos daban en unas barquitas bajo las cuevas. La pena que como siempre (parece que tenemos un imán para estas cosas) se nos sentaron al lado un grupo de individuos que no paraban de aplaudir a destiempo, vociferar molestando a los músicos y hacer innumerables fotos con flash cuando estaba expresamente prohibido hacerlas. Fue muy desagradable, les increpamos varias veces pero ellos no estaban ahí para disfrutar de la música o de la impresionante cueva que la naturaleza ha ido dando forma a través de millones de años. Es una pena este tipo de turismo, no saben disfrutar de lo que están viendo, no quieren aprender lo más mínimo del entorno y lo único que les preocupa es hacer una foto de un sitio del que les importa tres pimientos y no tienen ni la más mínima idea, su única intención es hacer una foto para mostrar a amigos y familiares lo bien que se lo están pasando en las vacaciones. Es un turismo al que la espeta y yo intentamos no parecernos. Con decir que en nuestro viaje a Praga la espeta estuvo unos días aprendiendo unas palabras en el idioma local para poder dar las gracias o pedir por favor algo (esta es mi chica). Eso si es un ejemplo de mimetismo con el lugar al que vas. Ya se sabe “donde fueres haz lo que vieres”. Lo intentamos aplicar a cada país que vamos.
En fin, pasado el bochorno del concierto, nos montamos en unas barquitas que nos dieron un paseo por las cuevas.
Acabó la visita a las cuevas con una sonrisa y la sensación de haber visto algo que me sorprendió de verdad ya que nunca había visto nada parecido.
Nos dirigimos a casa para descansar un poco, puesto que las sorpresas no habían acabado y la espeta tenía un último regalo bajo la manga.
Sobre las nueve ya estábamos rumbo al sitio que la espeta tenía pensado para la cena de cumpleaños. Decir que no tenía ni idea de a dónde íbamos, lo que si sabía seguro es que el sitio me encantaría, ya que la espeta hace siempre unas búsquedas detectivescas y cuando elije un sitio no es ni de lejos al azar, ha analizado y descartados miles de sitios, ha leído cada reseña y ha tomado una decisión en consecuencia.
Después de casi media hora de camino, llegamos al restaurante. Las carreteras secundarias (por decir algo) y lo perdido que estaba aquello chocó con lo que teníamos delante; una maravilla de molino rehabilitado perfectamente iluminado y con unos jardines preciosos alrededor que me dejaron con la boca abierta un buen rato. La espeta sabe elegir bien. No hay duda. Solo quedaba comprobar que la comida estaba a la altura de lo que estábamos viendo. Nos sentaron en un jardín que me recordó un poco a los patios de las casas en Extremadura; construcciones de piedra, suelos empedrados y un ficus gigante que de día daría sombra para una familia entera en una tarde de verano. Música agradable, velas en las mesas… no podía haber elegido mejor sitio para una cena romántica de cumpleaños… La comida, lo podéis ver en las fotos.. (todavía al recordarlo empiezo a salivar), estaba todo a la altura del sitio. Destacar de lo que pedimos unas chuletas de cordero que hicieron que la espeta se emocionase y todo. Me encantó, lo disfruté muchísimo, del sitio, de la cena y sobre todo de la compañía. Antes de irnos del restaurante una camarera muy simpática se interesó por si nos había gustado la cena, la mujer tenía bastante charla y nos explicó el origen del restaurante y como el chef (que en Alemania tenía una estrella michelín y que aquí había renunciado expresamente a tenerla por la presión que ello conlleva) había decidió montar hace 18 años un restaurante que es un joya arquitectónica y gastronómica.
Con la sensación de haber estado en un sitio especial nos dirigimos ya a casa a descansar de aquel día tan intenso y con tantas sorpresas.